23 de marzo de 2008

Esquina

Ocurrió un día por la tarde. La hora y el día no importan… es más, ni me acuerdo. Esta es una esquina de Santiago como cualquier otra, pero no existe ninguna con estas particularidades.

El sol aún estaba ahí, implacable en Santiago de Chile, con sus 31 grados de furia, con esa intensidad que hace picar la piel, que molesta, que te hace sentir un ser poco afortunado cuando te percatas que no hay sombra por ningún lado.

La señora de los diarios, que aún no me explico cómo vive todo el día encerrada en ese minúsculo espacio, se lamentaba como de costumbre por el escaso dinero de las ventas. Con su mano áspera y descuidada, arregla los pocos confites que le quedan en su vitrina. Como una cruel paradoja de la vida, en uno de los vidrios de su pequeño local están sujetos con perros de ropa varios boletos de juegos de azar que, seguramente, han hecho felices a miles de personas con una danza de millones. Quizá el uno por ciento del menor de esos premios le solucionaría la vida a esta señora por varios meses.

Al otro lado de la calle, un improvisado guardia de seguridad, de aquellos que la vida los llevó por ese camino porque “era lo más rápido para ganar plata sin estudiar”, envía mensajes por su celular a su novia, una morena peruana 15 años mayor que conoció por esas casualidades de la vida en la “Pequeña Lima” de Santiago. Separado y con ganas de gozar la vida, su peruanita llegó como una salvación a su vida… es su todo… y en todo sentido (¿debo explicar con má$ detalle?).

Pienso que al local que custodia podrían entrar tranquilamente tres o cuatro tipos y ni siquiera percatarse que tienen la intención de llevarse miles de pesos y dólares… en este minuto lo importante es el celular y la coordinación para llegar a un motel del barrio Brasil, aquel que por 10 dólares te garantiza privacidad pero no comodidad, aquel donde el piso es de madera y los techos altos, aquel que cuenta con luz fluorescente porque “es más barata”, sobre todo el tiempos de emergencia eléctrica nacional, aquel que tiene sabanas con esas pelotitas desagradables, signo de que están viejas.

En la vereda del frente, una improvisada versión chilena del mexicano Doctor Simi baila al ritmo del reggaetón. Seguramente con 50 grados de calor dentro del traje, un chileno transpira peor que en un sauna por unos cuantos billetes… se habla de unos 10 dólares al día por varias horas… ahora me explico porqué Simi es millonario. Se pasea de un lado a otro, le toca la cabeza a un niño, no dice nada, sólo se mueve al ritmo de la música…

Estoy en esta esquina desde hace unos minutos y me percato que es un mundo aparte, irrepetible… tres seres humanos trabajando con realidades muy distintas pero entrelazadas entre si.

Ya dije que el día y la hora no importan, es lo de menos. Esta historia se repite todos los días, incluyendo mi presencia como observador de estos hechos… la señora se lamenta, el guardia chatea y Simi baila… la señora se lamenta, el guardia chatea y Simi baila… la señora se lamenta, el guardia chatea y Simi baila… la señora se lamenta, el guardia chatea y Simi baila… la señora se lamenta, el guardia chatea y Simi baila.

No me imagino a la señora chateando con su amante, al guardia bailando en una esquina ni a Simi lamentándose de las pocas ventas. Tampoco a la señora bailando reggaetón, al guardia lamentándose de las pocas ventas ni a Simi chateando (con esos guantes no puede apretar ni un botón y menos ver lo que escribe).

Uno de ellos, sin embargo, puede estar perfectamente en mi papel de observador. Cualquiera de ellos puede estar viendo lo que yo en estos momentos y reflexionando algo parecido, claro que reemplazará su historia personal por la mía. Seguramente pensará “este gallo se para todos los días en esta esquina y se queda viendo lo que ocurre por unos minutos… ¿qué pretenderá?, ¿acaso le interesa lo que hago o lo que no hago?”.

Mi respuesta: más que eso, me interesa esta fotografía de Santiago, de esta minúscula realidad, de esta infinita parte de la capital, aquella que muchas veces ignoramos porque nos gusta cerrar los ojos o caminar mirando al suelo, aquella que nos incomoda.

Hace calor en Santiago y la vida en esta esquina continúa, a veces con diferentes actores pero continúa. Los invito a ser parte de ella algún día parándose en una esquina cualquiera para observar lo que ocurre alrededor. Algunos minutos bastarán para construir un mundo en unos cuantos metros cuadrados, para ver desde otra perspectiva lo que ocurre, para darse cuenta dónde estamos parados y que somos parte de ese mundo que observamos... nunca olvidemos eso.

18 de marzo de 2008

Morricone y las entradas gratuitas

La venta (no reventa) de entradas para las presentaciones de Ennio Morricone en Chile podría tener una condena moral, pero se me hace difícil que un tribunal pueda castigar a una persona que vende algo que le regalaron.

Por una parte están quienes defienden al tipo o tipa que hizo una fila por varias horas (incluso algunos llegaron la noche anterior y acamparon fuera de la Estación Mapocho), y obtuvo sus entradas para venderlas, y por otro los que atacan a quienes quieren lucrar con esta oportunidad.

Yo no estoy ni con unos ni con otros... pero no por un asunto de comodidad o por evitar emitir un juicio, sino porque me parece válido que uno pueda vender algo que le regalan. El asunto está en si el sujeto siempre tuvo por objetivo obtener las localidades para venderlas. Si es así puede recibir mi condena moral, pero legalmente no está haciendo nada ilícito.

Por último, no hagamos un escándalo nacional cuando sólo son menos de 20, de un total de 15 mil entradas, las que están siendo vendidas en sitios de remate. Veamos el vaso medio lleno (existe interés por ver en directo el talento de Morricone) y no medio vacío (están vendiendo las entradas que les regalaron).